Esta obra, que fue publicada por primera vez en 1980 y cuyo origen se encuentra en conferencias dadas por el autor, quiere ser una introducción a la «forma» de Jesús que se diferencia cualitativamente de todas las demás figuras de la historia del mundo y de las religiones. Pues Jesucristo no puede se fijado en ninguno de los títulos que caracterizan a los grandes hombres: no es simplemente maestro ni sabio ni profeta ni fundador religioso. Él posee, por cierto, algo de todo ello, pero más allá de ello es esencialmente distinto. Esto lo saben los que le siguen: «A quién iremos, Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabido, que Tú eres el santo de Dios» (Juan 6,68 s.). Las dos cosas, conocer y creer, son un único acto de afirmación frente al asentimiento –resplandeciente y exigente– que procede de Jesús. Ni el conocer deja detrás de sí al creer ni la fe penetra sola en una región donde ella afirma de modo ciego y sin comprensión alguna.

Si realmente se establece una relación personal entre Jesús y el creyente («Yo conozco a los míos y los míos me conocen»: Juan 10,14), entonces el conocimiento mutuo es al mismo tiempo una apertura recíproca, la cual de-vela una imagen ideal y permite una visión interior que como tal no es cualquier vida, sino «vida eterna».