menú
Adrienne von Speyr
Médica y madre de familia, después de una larga búsqueda entra en la Iglesia católica en 1940. Desde entonces vive “en la tierra como en el cielo”. Las gracias que recibe, de modo especial el don de vivificar los misterios cristianos esenciales, se hacen carne en su vida y dan origen a su obra escrita y a la fundación de la Comunidad San Juan junto con p. Balthasar. Él es el autor del texto que sigue.
La infancia
Adrienne von Speyr nace el 20 de septiembre de 1902 en La Chaux-de-Fonds, en el Jura suizo. Fue la segunda hija del matrimonio formado por Theodor von Speyr, oculista, oriundo de Basilea y radicado en La Chaux-de-Fonds donde ejercía su profesión, y Laure Girard. Sus padres se habían casado unos años antes y ambos eran jóvenes. El padre provenía de una antigua familia de Basilea, famosa ya antes de la Reforma por haber dado maestros fundidores de campanas, pintores sacros y tipógrafos; entre las «Cloches de Bâle» [las campanas de la Catedral de Basilea] aún hoy se encuentran algunas que llevan el nombre de la fundición von Speyr. De la tradición de familia Speyr provienen médicos, pastores protestantes y, en todas las generaciones, buenos hombres de negocios. La madre era hija de relojeros y joyeros que habían prosperado en Ginebra y Neuchâtel. Adrienne conservó durante toda su vida, especialmente en sus últimos años, una memoria viva de la belleza agreste del Jura, su cantón natal.
Ella fue una niña silenciosa, de carácter alegre, de salud delicada, muy sensible frente a lo religioso y notablemente crítica frente a las formas estrechas de la confesión [calvinista]. Plenamente libre y feliz se sentía junto a su abuela materna, en la finca «Les Tilleuls», apenas alejada de la ciudad; ahí encontró protección y se sintió comprendida, nunca se cansaba de habla de esa mujer llena de bondad.
Durante las vacaciones, los niños podían visitar al tío Wilhelm von Speyr, director del hospital cantonal de Berna en Waldau. La pequeña Adrienne no sentía temor ante los pacientes, más bien tenía un don misterioso para comprenderlos, ponerse en contacto con ellos, calmarlos. Su tío lo sabía, por eso no tenía miedo de enviarla con su muñeca a las salas de los enfermos graves. El paisaje exterior e interior de Waldau se convirtió en el segundo hogar de la niña.
Juventud, enfermedad, estudios
Nunca olvidó los años del colegio secundario en La Chaux-de-Fonds. Allí aprendió latín y griego y adquirió una maestría en la lengua francesa que luego transfirió sin esfuerzos al alemán. Amó la palabra precisa y justa, como aborreció la palabra vana e innecesaria. Fue la única joven en una clase de varones, donde sobresalía sin proponérselo. Su temperamento chispeante, su buen ánimo constante, su precioso sentido del humor hicieron de ella el ídolo de la escuela.
Pero en febrero de 1918, cuando Adrienne tenía quince años, su padre murió. Theodor von Speyr estaba en pleno crecimiento y a punto de regresar a su ciudad natal para ampliar su actividad científica y profesional, cuando una enfermedad se lo llevó en unos pocos días. Adrienne, que se destacaba en su clase por sus dones y su madurez, creyó tener que asumir ahora una carga extra de trabajo y responsabilidad en su hogar. Sus fuerzas, sin embargo, se quebraron bajo este peso excesivo y su joven vida estuvo en peligro por una grave tuberculosis. Pasó un verano en el sanatorio de Langenbruck y casi dos años en Leysin (octubre del 1918 hasta julio de 1920), un tiempo de intensa oración en que adquirió una connaturalidad con el mundo del sufrimiento; aún no recuperada, visitaba otros hogares para acompañar a enfermos terminales.
En ese tiempo, la cuestión acerca de la verdadera Iglesia la ocupaba interiormente con más fuerza que nunca; rezaba en la capilla católica. Una vez que obtuvo el alta de Leysin, todavía no plenamente recuperada, comenzó un curso de enfermería en Saint-Loup, pero tuvo una recaída y el tío la volvió a internar en Waldau, donde ella finalmente se curó por completo.
Adrienne, ahora con 19 años, entra en el liceo femenino de Basilea, donde la familia había puesto ahora su residencia [por ser la ciudad natal del difunto padre]. Ahí aprendió el alemán y después de un año y medio completó sus estudios de bachillerato. También aquí, en poco tiempo se transformó en el punto de referencia y referente moral de la clase, ganándose la confianza de sus compañeras, de sus profesores y del rector. La madre, entretanto, deseaba darla como esposa a un funcionario bancario, sólo que ella manifestó su deseo de estudiar medicina. Como no recibió ninguna ayuda financiera para ello e incluso el tío psiquiatra de Berna se opuso enérgicamente a ese plan, comenzaron para Adrienne años extremamente difíciles, pues tuvo que costearse el estudio de medicina, ya de por sí exigente, con numerosas horas adicionales de lecciones privadas.
Su vivo y ardiente interés por el prójimo que sufre fue lo que la mantuvo sana y viva a ella misma. En los semestres clínicos de médica estaba completamente en su elemento, pronto obtuvo el permiso para frecuentar el servicio nocturno en las salas de enfermos graves. Esas horas yendo en silencio de una cama a la otra, para aliviar, para rezar con los pacientes, para prepararlos para la muerte, fueron parte de sus recuerdos más bellos. Su extraordinario don de intuición en diagnósticos difíciles asombraba a sus profesores. Entre éstos, ella admiró devotamente al quirúrgico Gerhard Hotz, cuya muerte temprana la conmovió profundamente. Entabla entonces una amistad para toda la vida con Franz Merke y Adolf Portmann, futuros profesores de medicina.
Matrimonio y profesión médica
En 1927, en San Bernardino, Adrienne pasa por primera vez unas vacaciones independiente de su familia. Allí, no sin la fuerte colaboración –celestina– de Albert Oeri, profesor universitario de historia en Basilea, Adrienne se compromete con el también profesor de historia Emil Dürr.
Poco más tarde, sigue el matrimonio. Él trajo consigo dos hijos de su primer matrimonio, para los que ella se transformó en una madre atenta y amorosa. Ambos ocuparon la hermosa casa en la Plaza de la Catedral en Basilea con vista al Rin.
La joven esposa del profesor Dürr aún era una estudiante universitaria, solo un año más tarde aprueba el examen estatal y, tras un tiempo como médica interina en el campo, abre un consultorio en Basilea, en la calle Eisengasse cercano al puente central sobre el Rin, que poco después comenzó a inundarse de pacientes, hasta 60 y 80 por día. Muchos de ellos era gente pobre que Adrienne atendía gratuitamente. La joven médica siempre fue atenta al ser humano integral y a los problemas de vida del paciente; por tanto, junto a la atención médica fueron sanados matrimonios, impedidos muchos abortos –un día, mencionó de pasada: «Un millar»–, se afrontaron cuestiones religiosas. Un gran número de apuntes indica que tenía en mente un libro sobre la ética médica, especialmente sobre la relación humana entre el médico y el paciente, que lamentablemente quedó inconcluso [fue editado y publicado más tarde por Hans Urs von Balthasar con el título: Médico y paciente].
Sus presentimientos de la muerte inminente de su marido se hicieron realidad: Emil Dürr muere como consecuencia del golpe sufrido al caer de un tranvía. Dos años más tarde, en 1936, contrae un segundo matrimonio con Werner Kaegi, también catedrático de historia en la Universidad de Basilea, conocido biógrafo de Jacob Burckhardt.
Conversión y misión
El 1 de noviembre de 1940, la larga y agónica búsqueda de la verdadera confesión religiosa encuentra su fin: Adrienne von Speyr entra en la Iglesia católica. Así comienza un nuevo período de vida, caracterizado por una sobreabundancia de gracias de oración que sólo cabe designarlas como carismáticas.
Su oración se fue transformando cada vez más en contemplación de las Sagradas Escrituras. Así dictó extensos comentarios sobre el texto santo en toda simplicidad y naturalidad, ajena a toda actitud exaltada y sin ningún estudio teológico previo. Gran parte de estos comentarios ya han sido publicados. Normalmente dictaba una media hora por la tarde. El conjunto de sus escritos espirituales podrían ocupar unos sesenta volúmenes.
Ahora bien, todo eso sucedía [discretamente] junto a su vida doméstica, profesional y social. Adrienne tenía poco de introvertida, siempre estaba pensando en dar una alegría a los demás, era incansable y sumamente generosa en el regalar, lo hacía a su manera, con alegría, sentido del humor y corazón de niña, y si fuera posible, de modo anónimo. Y además tenía el raro don de dejarse regalar, con mucho gusto y sin hacerse rogar. La atmósfera del amor que no calcula, de la «gratuité», era el elemento original en el que vivía. También fundó una comunidad femenina consagrada, que presidió con plena dedicación, sabiendo unir bondad maternal y sobria inteligencia.
La enfermedad creciente y los últimos años
Sin embargo, antes de 1940 ya se había manifestado una dolencia cardíaca seria, a la que pronto también se sumó una diabetes seria. Las noches se consagraron casi enteramente a la oración y a los dolores. Poco después de la conversión tuvo que guardar cama hasta el mediodía, por lo general sólo durante la mañana podría dormir algunas horas. Había adquirido un tal autocontrol que sus graves crisis cardíacas y el resto de sus dolores podían pasar inadvertidas a los presentes. El consultorio debió reducir sus horas y más tarde fue cerrado. Comenzaron largos años retirados en los que por las tardes, en su escritorio, en medio del silencio y la oración, bordaba con arte un mantel tras otro. Luego comenzó a perder la vista y sólo fue posible tejer un poco, hasta que también esto llegó a su fin. Entonces, casi totalmente ciega, aún intentaba escribir algunas cartas.
Con tenaz energía luchó contra su enfermedad y sus dolores. Se obligaba a bajar las empinadas escaleras para ir su cuarto de estudio, aunque luego podía volver a subirlas sólo con la ayuda de enfermeros. Desde el punto de vista físico, los últimos meses fueron una pura y larga tortura que ella, desde el punto de vista espiritual, sobrellevó en perfecta paz y serenidad. «Que c’est beau de mourir» [¡Qué hermoso es morir!] decía en sus últimos días, pues ya no se tiene nada frente a sí sino Dios solo. Murió el 17 de septiembre de 1967 y fue sepultada en su 65.º aniversario [en el cementerio de Hörnli →].
Y así fue, como si la luz clara e intensa que irradiaba de la personalidad de Adrienne von Speyr haya sido velada, como con un telón, por la misma Providencia: toda su acción y todo su sufrimiento tuvieron lugar de forma misteriosamente escondida. Como si Dios le hubiese tomado todo, de inmediato, y lo hubiese reclamado para sí. Queda a su sabia voluntad el abrir el telón. Aquellos que la han conocido bien –entre los cuales, por cierto, se cuentan muchos de sus pacientes– la recordarán con perpetua gratitud.
Literatura sobre el tema
- Balthasar, Hans Urs von, Adrienne von Speyr. Participación en la pasión y en el abandono de Dios (original alemán: A. von Speyr (1902-1967). Die Miterfahrung der Passion und Gottverlassenheit, en P. Imhof (Ed.), Frauen des Glaubens, Würzburg, Echter Verlag, 1985, 267-277).
- ―, Los carismas de Adrienne, en Adrienne von Speyr, Madrid, Fundación Maior, 2008, 19-25.
- ―, Teología del descenso a los infiernos, en Homenaje a Hans Urs von Balthasar (= Proyecto, 30), 1998, 77-85.
- Bagnoud, Jacques, Adrienne von Speyr Médecin et Mystique, Roma, Chōra, 2018.
- Balthasar, Hans Urs von – Speyr, Adrienne von, Una primera mirada a Adrienne von Speyr. Oraciones marianas, textos de la obra póstuma, cuaderno de temas, Madrid, Rafaela, Ediciones San Juan, Fundación San Juan, 2012.
- Fundación Maior (Ed.), Acercarse a Adrienne von Speyr (= Acercarse), Madrid, Fundación Maior, 2008.
- Hans Urs von Balthasar-Stiftung (Ed.), Adrienne von Speyr und ihre spirituelle Theologie: die Referate am Symposium zu ihrem 100. Geburtstag, 12. – 13. September 2002 in Freiburg im Breisgau, Freiburg i.Br., Johannes Verlag Einsiedeln, 2002.
- Smith, Jeroen, Adrienne von Speyr 1902-1967 : Gehoorzaam aan het Woord, EH Leiden, Katholiek Alpha Centrum, 2020.