Mientras que en el comentario a la Carta a los Efesios todavía se puede sentir una cierta lucha con la subjetividad específicamente paulina -pues para la objetividad joánica-ignaciana de Adrienne von Speyr la acentuación del yo propio de San Pablo no era un problema fácil de superar-, aquí la autora ha logrado que el yo claramente puesto de manifiesto del apóstol desaparezca en la verdad total: trinitaria, cristológica, eclesiológica. Donde Pablo dice «yo», allí Adrienne habla fundamentalmente y con toda simplicidad en primer lugar de Cristo y de su Iglesia, de la fe y la vida cristianas, para fijar en ese sistema de coordenadas también el punto en el que yo del apóstol se expresa.

Verso a verso la autora repite el mismo movimiento con la misma imperturbable serenidad que solo la oración regala: el movimiento que lleva todo lo mundano y personal al interior de la Iglesia, todo lo eclesial a Cristo, todo lo cristiano a la vida trinitaria de Dios. Y un tal realizar lo único necesario -que renuncia a tantas cosas que en general interesan a los exégetas- puede estar seguro de la promesa del Señor (Lucas 10,42).

Del Prefacio de Hans Urs von Balthasar