El comentario a las «Cartas católicas» fue dictado en 1946, primero las Cartas de San Juan, luego la Carta de Santiago y por último las Cartas de San Pedro. El antiquísimo título de «católicas» procede de que ellas no van destinadas a una persona o comunidad particulares, como sucede en la mayoría de los casos en San Pablo, sino que son dirigidas a todos los cristianos en general. Hans Urs von Balthasar, que como editor antepone a estos comentarios un ensayo importante sobre la «fe de Cristo», concibe estas meditaciones de Adrienne von Speyr sobre las cartas de los tres apóstoles como un «sumergirse contemplativo desde el Espíritu eclesial (que como tal es el único sujeto legítimo de toda exégesis orante de la Escritura) en el Espíritu que guía a cada apóstol en la composición de la carta, que como «Espíritu de la misión» es inseparablemente el Espíritu Santo y el espíritu personal del hagiógrafo. El espíritu personal del hombre es abierto y preparado por el Espíritu Santo y el mismo Espíritu Santo configura al instrumento humano del que se sirve». La verdad así contemplada es católica, universal y, por tanto, al mismo tiempo verdad personal, configurada concretamente según cada apóstol.

Según la introducción de Hans Urs von Balthasar