En el plan de su Trilogía Hans Urs von Balthasar ha dejado que la Estética teológica y la Teodramática se continúen por sí mismas en los tres volúmenes de la Teológica.

En sus propias palabras, ésta es una «reflexión sobre cómo puede ser expresado en palabras y conceptos el acontecimiento dramático para ser comprendido, anunciado y contemplado. Se trata, pues, de una reflexión metodológica posterior sobre lo que aconteció en la primera (“Gloria”) y en la segunda parte (“Teodramática”) y, también, sobre lo que puede surgir de ese hecho, porque Dios ha pronunciado definitivamente su Palabra (Logos) en el tiempo y, por otra parte, porque la lógica tiene una relación esencial con el Logos» (de Zu seinem Werk).

«La división de lo que se ofrece como “Teológica” en los dos volúmenes, titulados Verdad de Dios [el presente volumen] y El Espíritu de la verdad [el siguiente], es –por cierto– artificial. Las dos partes teológicas han de ser vistas como un todo. Una teológica comienza con la revelación de sí del Dios trinitario en la encarnación del Logos divino, y el Logos es Palabra, Hijo y Exégeta del Padre: así se entiende a sí mismo y así quiere ser comprendido. Pero ¿quién podría comprenderlo como lo que Él es, si no existiera el Pneuma que nos introduce en su verdad y, de este modo, en su relación con el Padre? Por una parte, el Logos nos hace la promesa del Espíritu como su intérprete para el tiempo de su regreso al Padre. Por otra, todo lo que Él ha hecho y experimentado en su encarnación, pasión y resurrección ya lo ha cumplido en el Espíritu que el Padre le ha enviado sin medida. Por tanto, la línea divisoria entre la obra del Logos y la del Espíritu permanece artificial. Hay obras, como la institución de la Eucaristía y su continuación a lo largo de los siglos, que nosotros no podemos adjudicar simplemente a uno o al otro. Por tanto, nos atendremos al Credo apostólico que enumera como obra del Espíritu el explicar las obras del Hijo –la Iglesia, la justificación y la santificación de los sacramentos, la Comunión de los Santos, la resurrección de la muerte y la vida eterna–, donde no debemos olvidar que el Dios trinitario cumple en unidad todas las acciones salvíficas y al mismo tiempo cada Hipóstasis divina actúa según su propio modo de ser. Pero, ya que aquí se trata de la dimensión teológica, en primer lugar se encuentra la pregunta central de cómo el Logos eterno de Dios pueda expresarse adecuadamente en la finitud de la creatura (Teológica II), y porque lo puede, entonces sigue como un eco infinito a través del tiempo y del espacio todo lo que el Espíritu Santo desarrolla a partir de ese acontecimiento único (Teológica III)» (de la Nota previa).