El segundo volumen de los ensayos, titulado Sponsa Verbi, pregunta de un modo explícito: «¿Quién es la Iglesia?». En su núcleo de misterio, la respuesta es: la Iglesia es la unidad de todos los que –estando reunidos por gracia en el sí cristiforme de María y siendo formados por ese sí– están prontos para dejar que acontezca la voluntad salvífica de Dios en ellos y en todos sus hermanos.

Este acto originario se llama «Escucha de la Palabra». Donde y en la medida que acontece ese acto de escuchar (como fe, amor, obediencia, confianza esponsal), allí existe la Iglesia espiritual. Donde la Iglesia lo desatiende, ella se transforma en la «prostituta Jerusalén» («Casta Meretrix»). El recibir la Palabra de un modo humano total, en cuerpo y alma, exige la unidad de Palabra y sacramento («Mirar, creer, comer»). Por otra parte, todos los aspectos institucionales de la Iglesia existen en vista de ese acto y reciben su sentido a partir de él («Seguimiento y ministerio», «Existencia sacerdotal»).

A partir de la espiritualidad eclesial y mariana, que es una sola cosa con la fe que ama y espera, la mirada puede y debe pasar a explicar esa plenitud en los infinitos «carismas» o «misiones» o «espiritualidades». La unidad inseparable de «gracia y carisma», gracia santificante y tarea de santificación, debía primero ser demostrada en contraposición a la opinión –representada parcialmente en la tradición– de que es posible separarlas. El hecho de que esta unidad se realiza en una nueva forma de vida consagrada y el modo como ella se realiza en esa nueva forma es lo que intenta mostrar el ensayo «Sobre la teología de los institutos seculares».