Si se mira al radicalismo y a la genial formulación de su programa cristiano (el «caminito»), santa Teresita de Lisieux no he perdido nada de su fuerza para el presente. Ella puede estar como modelo de una «existencia teológica» o de una «teología comprometida», pues para ella sólo adquieren plena actualidad aquellas verdades cristianas que ella misma pudo probar y encarnar en su existencia.

Esta actitud pide por un contrapeso que fue ofrecido algunos años más tarde por Isabel de Dijon. Para esta santa, la existencia cristiana es servicio objetivo divino a la revelación y a la Iglesia de Dios que va hasta el límite en que la persona desaparece, aportando visiones increíblemente profundas en el plan de salvación de Dios (muy cercana a la doctrina de la predestinación de Karl Barth).

Las dos carmelitas, hermanas en el Espíritu, remiten una a la otra, encarnan juntas los dos principios fundamentales de la existencia en la Iglesia de hoy: vitalidad existencial y servicio supra-personal. Ellas muestran cómo ambos pueden ser vividos a partir del mismo centro, en la tensión que puede existir entre los diversos carismas, pero sin dañar nunca la unidad de la Iglesia.