«Apo-calipsis significa de-velar, manifestar, revelatio». Y esta trilogía es un «Estudio para una doctrina de las actitudes últimas» (como reza el subtítulo), en el que se trata de revelar el alma o actitud de los representantes del pensamiento alemán desde su origen hasta sus postrimerías, anteriores al nazismo y a la definitiva caída en la tremenda guerra (1939-1945).

El primer volumen había estudiado a Lessing, Herder, Kant, Fichte, Schelling, Novalis, Hölderlin, Schiller, Goethe, Jean-Paul, Hegel, Hebbel, Wagner, culminando en el capítulo titulado «El duelo» que trata de los dos grandes «caracteres ígneos» que luchan ideal y existencialmente en la oscuridad de su tiempo: Kierkegaard y Nietzsche. En 1947 esta primera parte fue publicada inalterada con el título «Prometeo», pues: para ser, la astucia de la razón ha de robar el fuego sagrado.

Frente a este «principio Prometeo» estaba el «principio Dioniso» del segundo, donde la tensión o polaridad entre «espíritu» y «vida» se convirtió en el centro del del filosofar. Por tanto, ese volumen hacía entrar en escena a Bergson, Klages, George, Spitteler, Rilke, desembocando en una gran confrontación entre Nietzsche y Dostojevski. Al final de este doble desarrollo histórico en que Prometeo y Dioniso aparecían como formas crucificadas, se abría la tarea de dejar aparecer la forma fundamental de la cruz y leerla «como la actitud última, el verdadero eschaton del hombre y del mundo».

A esta tarea se dedica este volumen tercero, Divinización de la muerte (1939, ahora volumen III/3 de la Edición de estudio de los primeros escritos de Balthasar). El volumen comienza con una interpretación de la «poesía del último tiempo», continúa con una discusión con Husserl y Scheler, alcanza su punto álgido en dos grandes capítulos sobre Heidegger, Rilke y Karl Barth y desemboca en una mirada sobre la nueva unidad escatológica en la victoria de Cristo sobre Dionisio. El principio Prometeo y el principio Dioniso son superados desde dentro por el «mito» de la Cruz. «Por eso la tarea [permanente] es ver en qué sentido este mito último, el de la Cruz, es la forma última del mundo y así prefigura la actitud última del hombre».