A pesar de la aparente inmediatez que nos ofrecen los medios de comunicación, hoy la experiencia humana fundamental parece cada vez más empobrecida. Y no solo porque la técnica se interpone entre nosotros y la realidad, o incluso pretende sustituirla. Corrientes poderosas de pensamiento han socavado vivencias fundamentales, como la de la paternidad o del eros; en otros casos –por ejemplo, el ámbito de la política– es sobre todo la decepción y la amargura la que amenaza apartarnos de la realidad y así nos impide comprometernos fecundamente con ella.
Frente a todo esto, Ricardo Aldana nos invita, con San Ignacio, a «sentir y gustar las cosas internamente». Pues el miedo a la realidad, el intelectualismo, o el puro sobrenaturalismo, no pueden ser actitudes cristianas. Lo humano en toda su riqueza es un presupuesto para una vida de fe sana e integral, así como para una relación positiva con nuestros hermanos en humanidad. Y a la vez, más profundamente, la fe bíblica en el Dios creador y redentor es la que nos abre de modo nuevo a la riqueza de lo humano, inseparable de la historia del encuentro de Dios con los hombres.
A pesar de la aparente inmediatez que nos ofrecen los medios de comunicación, hoy la experiencia humana fundamental parece cada vez más empobrecida. Y no solo porque la técnica se interpone entre nosotros y la realidad, o incluso pretende sustituirla. Corrientes poderosas de pensamiento han socavado vivencias fundamentales, como la de la paternidad o del eros; en otros casos –por ejemplo, el ámbito de la política– es sobre todo la decepción y la amargura la que amenaza apartarnos de la realidad y así nos impide comprometernos fecundamente con ella.
Frente a todo esto, Ricardo Aldana nos invita, con San Ignacio, a «sentir y gustar las cosas internamente». Pues el miedo a la realidad, el intelectualismo, o el puro sobrenaturalismo, no pueden ser actitudes cristianas. Lo humano en toda su riqueza es un presupuesto para una vida de fe sana e integral, así como para una relación positiva con nuestros hermanos en humanidad. Y a la vez, más profundamente, la fe bíblica en el Dios creador y redentor es la que nos abre de modo nuevo a la riqueza de lo humano, inseparable de la historia del encuentro de Dios con los hombres.