El hombre es creado para el amor. Y el estado de vida cristiano –sea este el matrimonio, o la vocación a «dejarlo todo» para el seguimiento de Jesús– es la forma en la que el destino de toda creatura se vuelve concreto. Siempre es la gracia de ser incluido en el estado de Cristo, el Esposo de la Iglesia que entrega su vida por ella; por nuestra parte, se nos pide un consentimiento que se apoya en el sí inmaculado de la Virgen-Madre.
Así, discernir la llamada del Señor es una tarea vital para cada cristiano: en ella, toda la palabra de Dios cobra actualidad existencial, y el amor al que todo hombre está llamado puede desplegar su plena fecundidad.
El hombre es creado para el amor. Y el estado de vida cristiano –sea este el matrimonio, o la vocación a «dejarlo todo» para el seguimiento de Jesús– es la forma en la que el destino de toda creatura se vuelve concreto. Siempre es la gracia de ser incluido en el estado de Cristo, el Esposo de la Iglesia que entrega su vida por ella; por nuestra parte, se nos pide un consentimiento que se apoya en el sí inmaculado de la Virgen-Madre.
Así, discernir la llamada del Señor es una tarea vital para cada cristiano: en ella, toda la palabra de Dios cobra actualidad existencial, y el amor al que todo hombre está llamado puede desplegar su plena fecundidad.