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La Comunidad San Juan
La Comunidad San Juan está edificada sobre un océano de sufrimiento. Sufrimiento físico, pero, sobre todo, sufrimiento espiritual: estados de abandono de Dios, noches oscuras, descensos a los infiernos, como puede recabarse de las notas que yo he tomado sobre las experiencias espirituales de Adrienne von Speyr y que pronto serán asequibles a todos. Que ha sido Adrienne la que ha realizado los primeros proyectos de la comunidad que debía fundar conmigo es posible verlo en Nuestra tarea (Unser Auftrag, Johannes Verlag Einsiedeln, 1984), libro que también presenta el plano general de esa comunidad. Edificada sobre la «piedra» de ese sufrimiento, la casa se mantendrá firme frente a todos los torrentes que son de esperar desde dentro y desde fuera de la Iglesia (Mt 7,25).
¿Por qué el apóstol San Juan (cuya obra Adrienne ha comentado detalladamente) como patrono? Porque él es el discípulo del amor, el que ha penetrado más profundamente en los misterios del Dios hecho hombre y en Él ha reconocido la identidad de amor y obediencia al Padre. Porque siendo virgen pudo recibir en su casa a la Virgen-Madre, para introducirla en la Iglesia guiada por San Pedro, uniendo así la «sancta immaculata ecclesia» (Ef 5,27) con la «ecclesia apostolica» visible. Porque siendo el que ama también es el que permanece, hasta el final (Jn 21,23). Y lo es dando un paso atrás, renunciando, dejando la prioridad al otro («¿Me amas más que estos?»), como anciano no siendo recibido, incluso criticado con malicia (3 Jn 9-10). En su espíritu, los consejos evangélicos son muy importantes para nosotros (en el fondo, hoy la pobreza se entiende de por sí), intentamos tomarlos tan en serio como el Señor lo hace en el Evangelio.
Quisiéramos ser una comunidad «secular», pues Jesús envía a los suyos exclusivamente al mundo mundano, los expone como ovejas en medio de lobos. Es más difícil ser un cristiano integral en una tal exposición que allí donde uno es cristiano entre cristianos, más difícil en las tres ramas de nuestra comunidad: sacerdotes, y mujeres y varones en profesiones mundanas. En las parroquias secularizadas, en el ambiente no cristiano de las profesiones cada uno debe acreditarse y hacer frente al reto, por cierto apoyado, alentado y sabiendo que otros hermanos y hermanas están en la misma situación, pero –no obstante esto– haciendo el intento de no escamotear la soledad evangélica de esa situación gracias a una «actividad familiar» no evangélica. Se aspira a una vida común en pequeños grupos –especialmente entre las mujeres–, que no siempre se logra llevar a cabo. Los miembros se reúnen para intercambiar y fortalecerse mutuamente, entre los sacerdotes esto se da –por ahora– preferentemente en intervalos más amplios para no perjudicar la buena colegialidad con el resto del clero de la diócesis. Si en encuentros sacerdotales se tratan temas teológicos y pastorales, todo sacerdote está invitado, también los que no son miembros de la comunidad.
Quisiéramos actuar conscientemente contra el peligro más grande de los agrupamientos eclesiales post-conciliares: el peligro de entenderse como una secta o como el único movimiento «santificante» y de derrochar fuerzas desproporcionadas para la promoción de la causa propia. Cuando algo realmente activo y efectivo fue realizado en la Iglesia, nunca se trató del número o de la cantidad, sino de la credibilidad, de la fuerza testimonial de la persona. Siempre de nuevo tiene razón la parábola de las pocas semillas que caen en la buena tierra, las cuales dan cien veces más fruto y compensan todas las pérdidas. De un modo consciente no tendemos hacia el poder, ni en el mundo ni en la Iglesia, pues según San Pablo permanece por siempre verdad que: «Si soy débil, entonces soy fuerte», «Dios nos ha puesto a nosotros apóstoles en el último lugar», «Como moribundos, pero mira: vivimos».
Nuestros miembros han de conocer y vivir la fe bimilenaria (que hoy sigue siendo la misma) y, al mismo tiempo, han de estar familiarizados con todas las preguntas del mundo de hoy. Teológicamente, no somos ni de «derecha» ni de «izquierda»; tales categorías no nos conciernen, como tampoco los signos políticos. Pero no por eso dejamos que nuestra fe se vuelva insípida hasta llegar a ser apostólicamente ineficaz. Hoy es difícil (precisamente para estudiantes de teología) llegar a conocer todos los excesos del quehacer teológico con ojos cándidos y claros –y así deben hacerlo– y allí mismo conservar el entusiasmo vivificador por la realidad incomparable de Jesucristo. Es difícil para los laicos vivir en el charco de sexo y ateísmo de nuestra sociedad y allí conservar el sentido para la fecundidad de la vida célibe, sin anteojeras frente a la tendencia contraria a la encarnación de la realidad Cristo. Pero de ningún modo queremos ser «robinsonianos» en islas sacras. Pues el cristianismo crece y madura del mejor modo allí donde está en apuros y en medio de tentaciones; esto nos lo enseñan los países del este de Europa. Paulatinamente, la Iglesia católica se va convirtiendo en la única a la que se le puede arrojar impunemente la inmundicia de toda difamación (ya San Pablo se llamaba «la última basura del mundo», 1 Cor 4,13). También esto, justamente hoy de nuevo, es parte de la pobreza evangélica.
Naturalmente, no rechazamos puestos influyentes si nos tocan y caben, pero entonces seremos doblemente atentos ante los peligros del poder y del dominio, sin llevar la espada por delante de la cruz, como entonces en la conquista de Latinoamérica. El empeño y compromiso por los pobres y los que carecen de poder pertenece al núcleo del Evangelio, siendo diferente entre laicos y sacerdotes solo la forma en la que se realiza. Y empeño total es exigido de cada miembro, sabiendo claramente que «éxito no es uno de los nombres de Dios».
El todo esencial descansa en una teología que fue profundamente vivida por la fundadora y también puesta en palabras de un modo original en sus escritos. La palabra «mística», cambiante y poco clara, conviene evitarla en este contexto, se trata mejor del carisma de profecía en su sentido originario: «Poder decir lo que Dios es y quiere, hoy». Su vida y sus escritos son un depósito inagotable para lo que Péguy ha llamado «ressourcement»: un sacar agua, un nutrirse y nacer de nuevo en la fuente primera. Estamos convencidos de que en las grandes órdenes –desde San Basilio y San Agustín hasta San Ignacio de Loyola– la teología espiritual vivida y formulada por los fundadores ha conservado la fecundidad de sus miembros por siglos, incluso milenios (¡San Benito!), y en las comunidades seculares de hoy no puede valer ninguna otra ley. Por sus frutos se puede reconocer al buen árbol. Pero el árbol o la raíz o la vid es siempre Jesucristo, que en su singularidad tiene el poder de hacer participar en su ser-vid –como también en todo lo que Él es y tiene– a todos los que Él ha elegido para ello. Cuánta oración y cuánto sufrimiento exigen tales vocaciones lo muestra la historia –pensemos en Francisco de Asís– y también lo mostrarán a su modo los Diarios de Adrienne von Speyr, si bien hay que decir que ella siempre de nuevo ha manifestado un profundo temor a ser confundida con una santa.
Nuestros miembros sustentan su empeño y compromiso en el mundo con su constante renovación en la oración contemplativa, para así transformarse ellos mismos en fuentes para tantos sedientos.
Hans Urs von Balthasar
Título original
Die Johannesgemeinschaft
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Temas
Ficha técnica
Idioma:
Español
Idioma original:
AlemánEditorial:
Saint John PublicationsTraductor:
Comunidad San JuanAño:
2022Tipo:
Artículo
Otros idiomas
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