De los once capítulos de este pequeño libro, los primeros cuatro están consagrados a la comprensión de la muerte como castigo y fin, como destino y providencia en la luz del Antiguo Testamento. En el capítulo quinto, aparece un nuevo modo de ser de la fe gracias a la muerte de Cristo, que padece la muerte de todos. Los signos de la muerte se transforman ahora en precursores de la resurrección. Esto no significa para el cristiano que su muerte será algo fácil, que no debe luchar, pero sí que en la lucha y en la misma muerte radica ahora la certeza de poder superar a la muerte, de vencer, la certeza de que ella termina en la victoria de Dios. «Toda oscuridad del morir se abre en la claridad inmensa de la vida eterna». Aquí se abre el camino para los restantes capítulos en los que se contempla la relación de la Iglesia (los sacramentos) y sus santos (María) con el misterio luminoso, pero nunca controlado ni superado, de la muerte.