El hombre es ciertamente limitado, pero es creado por el Dios ilimitado y es destinado a participar por gracia en su vida trinitaria. Adrienne von Speyr va tras las huellas de esta realidad evidente en la fe, pero a menudo desconocida o tomada poco en serio.
Ella contempla cómo en Jesucristo lo infinito encuentra lo finito y cómo todo el que sigue al Señor recibe ya en la tierra un lugar en el interior de la infinitud, puede vivir y permanecer en diálogo real con el Dios ilimitado que todo lo determina. La Iglesia supera a los individuos, posee una concreta «monumentalidad» y así es la verdadera imagen del Ser infinito.