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Disponibilidad para el Espíritu Santo
Adrienne von Speyr
Titolo originale
Verfügbarkeit zum Geist
Ottieni
Temi
Dati
Lingua:
Spagnolo
Lingua originale:
TedescoCasa editrice:
Saint John PublicationsTraduzione:
Comunità San GiovanniAnno:
2022Tipo:
Articolo
Lo primero es una promesa abierta e indistinta del Espíritu, una inquietud, pero también un requerimiento de estar dispuestos a deshacernos de todo lo que en la inquietud es puramente humano. No dejarnos angustiar, sino aceptar todo así como se muestra. Estar disponibles en esta inquietud incluye un sí y un no: se debe decir sí a lo que el Espíritu afirma y decir no a lo que Él excluye. Si el Espíritu es prometido, puede ser que Él quiera trabajar conmigo. Y si es así, yo he de ir a su encuentro lleno de esperanza.
Supongamos que yo deba dar una conferencia y que el Espíritu quisiera inspirarme las ideas fundamentales, dejando el resto del trabajo en mis manos: entonces yo debería adecuarme a Él, pero sin determinar la relación por mí mismo. No debería tener miedo de pedir más si Él quisiera dar más o de recibir menos si Él esperara que yo tome menos, incluso si hubiera más a disposición. Su exigencia es que sea claro y transparente en el interior de una falta de claridad sobre lo que vendrá. Quizá el Espíritu quiera inspirar una parte del trabajo a mi espíritu y dejar la otra parte para que mi espíritu la cumpla junto con Él. Esta promesa conlleva en sí que mi ser se haga completamente fluido, no solo dejando pasivamente que suceda, sino esforzándome personalmente para que esa fluidez se haga realidad.
A partir del momento en que acontece la promesa del Espíritu, se lo debe esperar y, en caso de que Él lo exija, perseverar en la espera. Esta espera del Espíritu nos puede reclamar por completo, creando en nosotros, siempre más, un espacio vacío para lo prometido. Como en un embarazo o como el pueblo de Israel que permaneció en la espera de la promesa hasta el sí de la Madre.
Ahora bien, cuando el Espíritu viene, debemos corresponderle, ir a su encuentro exactamente hasta donde Él lo requiera y, mientras tanto, no conocer nada más importante que su concreta venida. Y no es importante el hecho de que nosotros correspondamos, importante es que Él viene e incluye nuestro corresponder en su siempre-más. Y Él realiza esto si nosotros somos conscientes de que solo su venir es lo esencial. Nosotros estamos simplemente donados, abandonados, dejamos que Él haga, en plena libertad. No planificamos nada, si Él no planifica, pero tampoco retrocedemos si Él hace algo o desea que se haga. El dejar acontecer, el dejar que el Espíritu actúe de ninguna manera es pasividad: es hacer disponible todo lo que poseemos para Su actividad. En este juego mutuo nunca se da ningún tipo de encuentro frontal, ningún haber llegado definitivo, ningún nivel fijo, sino tan solo un creciente ser-incluidos en el Espíritu. Y a partir de este ser-incluidos es posible responder así como Él lo espera.
Recibiendo siempre de nuevo su amor, uno recibe la confirmación de que todo es justo. Correspondiendo al Espíritu, uno es llevado y sostenido seguro. Un ejemplo lejano. Un campesino trabaja en un campo, porque así lo dispuso el propietario. No conoce directamente al propietario ni el lugar donde vive, pero al fin del día siempre recibe su cena y un lugar donde vivir y descansar. Incluso si el campo designado está muy apartado, él hace lo que corresponde. Y un día también puede darse que el mismo propietario trabaje codo a codo con él en el mismo campo. Esta comparación también arroja luz sobre otro aspecto: que en este modo de corresponder al Espíritu no existe una noche espiritual total.
Siempre nos es dado algún signo de certeza y seguridad en el Espíritu, también en la situación de no estar seguros ni asegurados en medio del mundo. Sin embargo: cuanto más grande es la exigencia y, por tanto, cuanto más grande es nuestra colaboración, tanto más grande es la necesidad de solo dejar disponer al Espíritu. Precisamente este no responder unilateralmente, este dejarnos amar sin restituir el amor según nuestras propias reglas es lo que requiere más empeño y compromiso. Y esto no es ningún ejercicio para principiantes.
Este actuar del Espíritu siempre va unido a una exigencia, la cual quizá nada tenga que ver con el momento actual. Quizá el Espíritu provoque en nosotros una oración más profunda, un entender más comprensivo, pero en este momento no quiera ninguna obra determinada. No obstante, Él conserva una especie de cuenta abierta. Como si se nos abriera una cuenta que nos autoriza a retirar, pero también nos obliga a depositar. Ahora reina pura liberalidad, pero la hora en la que se nos reclame el pago quizá no sea de nuestro agrado. El Espíritu nos regala una alegría pura y también quiere que la gocemos. Pero esto no le impide insertar en esta alegría una exigencia: Él nos invita y compromete. No nos obliga a aceptar su gracia ni, por tanto, tampoco su exigencia. Es algo semejante a la cruz del Señor que es regalo y exigencia a la vez: en tanto Él la carga, ya nos ha allanado a nosotros el camino real del sacrificio.
Existen tiempos del actuar del Espíritu que pueden ser de algún modo descritos. Pero después uno nunca es «dejado fuera» ni «rechazado». Sin embargo, pertenece a la esencia del Espíritu y de la exigencia que conlleva que nosotros debamos, podamos, queramos, tengamos la gracia de esforzarnos para responder a su actuar... Es como cuando debemos, podemos, queremos, nos es permitido devolver una visita que nos habían ofrecido. Pues existe una acción del Espíritu que se cumple en nuestro yo, pero que permanece no obstante incompleta en su realización si sus huellas no continúan existiendo y actuando en nosotros. Pues estas huellas poseen siempre el carácter de un poder, de un tener la gracia de permanecer en el Espíritu. Él nos imprime este carácter. Y a este hecho también corresponde que no existen peores no creyentes que los que una vez han creído, es decir, han tenido el Espíritu Santo.
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