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Adrienne von Speyr
Participación en la pasión y en el abandono de Dios
Podríamos decir que el significado principal de la figura de Adrienne von Speyr está en haber dado una valoración nueva de lo que, con un término ajeno a la Biblia, se denomina mística: una concepción que supera todas las influencias neoplatónicas existentes en su historia regresando al Nuevo Testamento. En nuestra autora no existe ningún «esquema ascensional» de tipo platónico (como los grados de purificación, iluminación y unión) ni tampoco ninguna acentuación de los estados y experiencias subjetivos místicos. Como actitud solo existe el simple sí mariano que deja a Dios la entera libertad de poner al hombre en el estado que a Él le parece más apropiado para transmitir una intuición, una luz, una tarea misional. Si bien en Adrienne, de hecho, se han dado todos los fenómenos conocidos en la historia de la mística (como visiones, cardiognosis, don de sanación, bilocación, levitación, estigmas, etc.), nunca han jugado un papel relevante ni en su vida en el mundo ni en su vida espiritual. Junto al don supremo del amor a Dios y al prójimo que en ella fue hasta el seguimiento más cercano y estricto de Cristo, hasta participar en la pasión y en el ser abandonado por Dios del Señor en favor de los pecadores, fue importante y relevante el carisma de la profecía, máximamente apreciado por San Pablo (1 Cor 14,1), ya que el agraciado con ese don «edifica a la Iglesia» (ibíd. 14,4). Profecía en sentido del Antiguo y Nuevo Testamento no significa predecir el futuro, sino transmitir e interpretar (Jn 1,18) precisa y comprensiblemente lo que Dios quiere decir a la Iglesia y al mundo sobre sí mismo y sobre ellos. Y esto es lo que Adrienne von Speyr ha hecho en los aproximadamente 50 volúmenes ya asequibles en librerías, que en parte son interpretaciones de libros bíblicos, en parte tratan temas particulares como María, las palabras de la Cruz, la confesión, la santa Misa, la oración, los sacramentos en general, los estados eclesiales, etc. La interpretación, también cuando medita los misterios más profundos, es siempre sobria, exacta, concisa, desnuda de todo afecto personal, libre de repeticiones, siempre nueva y esencial, no obstante la gran cantidad de textos producidos, todos dictados a su padre confesor. Y cuando determinados temas y motivos retornan en sus libros aportando nuevos aspectos, esto guarda relación con su tarea teológica y práctica en la Iglesia: promover en Ella una determinada visión de la entera verdad católica, por medio de lo trasmitido por sí misma y por medio de las comunidades que debía fundar y que han de vivir y transmitir su visión.
Antes de entrar en su vida y en los aspectos particulares de su carisma, se nos permita anticipar una breve descripción de esa visión, de esa forma de ver y sentir. La formulación más concisa que hemos podido encontrar sería la siguiente: ella fue llevada de la mano por San Ignacio de Loyola –con quien la unía una amistad íntima y llena de confianza y cuyos Ejercicios ha asimilado con la máxima concentración– a ese trasfondo trinitario, cristológico y eclesiológico que san Ignacio durante su vida en la tierra no pudo verbalizar en sus particulares y que –sí, podemos decir– solo en el cielo ha reconocido plenamente, en especial gracias a los escritos de San Juan que enriquecieron cristológicamente (y, por tanto, trinitariamente) su visión de la indiferencia, de la disponibilidad, de la obediencia: «No he venido para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado» (Jn 6,38). Uno de los primeros libros de Adrienne fue dedicado al sí mariano en todas sus dimensiones, pues precisamente en la escena de la Anunciación se abre por primera vez el Misterio trinitario: el Padre la saluda como la mujer agraciada que dará a luz al Hijo gracias a ser cubierta por la sombra del Espíritu. En su plena transparencia, la disponibilidad de María es la unidad cumplida de amor y obediencia. No se retiene ni se oculta nada. Por eso Adrienne habla de la «actitud de confesión» perfecta, una palabra que ella amaba, y de la disponibilidad mariana a ofrecer todo, cuerpo y alma. Esto mismo servirá como medida para examinar a todos, incluso a los que fueron proclamados santos después de su muerte: ¿hasta qué punto ha ido esta persona concreta en su disponibilidad para hacer la voluntad de Dios? Esto mismo es desarrollado en profundidad y en todos sus aspectos teológicos y prácticos en su libro sobre la confesión, un libro importante que fue dictado en los años cuarenta y que hoy, en la crisis en la que se encuentra este sacramento, es más actual que nunca. Así pues, esta dilatación de lo ignaciano en la realidad teológica total puede valer como una breve descripción de su carisma tan ampliamente ramificado. Ahora algunas palabras sobre su vida.
Adrienne von Speyr (1902-1967) nació en la ciudad de La Chaux-de-Fonds situada en el cantón suizo del Jura. Su padre [Theodor von Speyr], oftalmólogo de profesión, y su madre [Laura Girard], tuvieron cuatro hijos. Adrienne fue la segunda hija de la familia. Ella se sentía muy unida a su padre, oftalmólogo de profesión, a pesar de su carácter serio; él se transformó en un verdadero amigo de su hija; sin embargo, lamentablemente, murió ya en 1918 de una perforación de estómago no reconocida a tiempo. Adrienne tuvo un presentimiento del desenlace fatal. La madre sentía un rechazo, profundo, por la niña, ya el parto había sido una experiencia traumática. La hermana mayor, Helen, la favorita de la madre, tiranizó a su hermana menor no menos que la madre. Pero la pequeña Adrienne estaba acompañada por su ángel, que de un modo adecuado a su edad le enseñaba a ser paciente, le ayudaba a hacer el examen de conciencia por la noche, le mostraba cómo componer con láminas de cartón el nombre de su amigo (que ella aún no conocía): IL (Ignacio de Loyola), y también el nombre del amigo de este IJ (Ignacio – Juan).
A los seis años, el día de Navidad, en una escalera estrecha de la ciudad encontró a un hombre pobremente vestido que cojeaba ligeramente que le pregunta si no quisiera acompañarle. Aunque lo hubiera hecho de buena gana, ella le respondió: «No, señor, pero ¡feliz Navidad!». Cuando después de esta experiencia escribió en su pequeño cuaderno con grandes letras «J’aurais du dire oui» (Hubiera debido decir que sí), sufrió una buena reprimenda de su madre: «¡Tan jovencita y ya tan echada a perder!». Más tarde, Adrienne vio muchas veces a san Ignacio, como también vio con mucha frecuencia a la Virgen María y a una gran cantidad de santos en el cielo. Pero, de momento, la vida se había vuelto difícil.
Después de la muerte del padre, la familia se vio obligada a vivir más modestamente. Adrienne tuvo que llevar, además de la escuela, el gobierno de la casa. Se enfermó de una tuberculosis grave, pasó dos años de tratamiento médico en Leysin, donde visitando una vez una iglesia católica tuvo la sensación de estar en su casa. Luego necesitó una larga convalecencia, pasada en parte en la clínica psiquiátrica de Waldau, cercana a Berna, cuyo director era su tío por parte paterna, Wilhelm von Speyr, quien la enviaba a visitar a pacientes agitados que en su presencia se tranquilizaban. Una vez curada, entró en el liceo de lengua alemana de Basilea y aprobó en 1923, después de dos años de estudio, el examen final del bachillerato.
Adrienne estaba decidida a estudiar medicina, pero su familia nunca se lo permitió; también su tío psiquiatra le denegó cualquier ayuda, porque no compartía esa decisión. Entonces ella decidió costearse sus estudios por sí misma dando clases particulares. La madre la echó de la casa, a ella junto con todas sus cosas. A sus hermanos no les estaba permitido hablar con ella. Por tanto, ahora ella pasa sus días en la buhardilla, donde antes también ya había dormido. Aquí se debe referir que desde pequeña nunca estuvo contenta con la enseñanza religiosa protestante: «Dios es otra cosa». También le acompañaba como una idea fija este pensamiento: ¿Dónde está la auténtica confesión? La buscó en vano en el Ejército de Salvación, en el movimiento de Oxford: siempre faltaba algo. Rezó mucho, también durante el tiempo de estudio (en las clases de anatomía rezaba por las personas a las que pertenecían los miembros disecados); se indignaba con muchos profesores que no trataban con compasión a los pacientes.
En julio de 1927 pasó en San Bernardino sus primeras vacaciones sola e independiente de la familia. Un grupo de Basilea que pasaba sus vacaciones en ese lugar organizó una especie de «batida» para que ella se casara con Emil Dürr, profesor basiliense de historia, viudo y padre de dos hijos. Ella sintió una profunda compasión por él, contrajeron matrimonio y ese sentimiento de compasión se transformó en un gran amor. En 1931, Adrienne estableció su consultorio médico en Basilea. Supo de antemano que perdería a Emil, que murió en 1934 por un golpe al caer del tranvía. Emil había encomendado al cuidado de Adrienne a su entonces alumno Werner Kaegi, que luego le sucede como profesor titular de la cátedra de historia. Dos años después de la muerte de Emil, ella contrae su segundo matrimonio con Werner Kaegi.
La agitada búsqueda religiosa la perseguía sin descanso; incomprensiblemente, muchos sacerdotes y religiosos católicos no estuvieron dispuestos a ayudarla. Yo (que acababa de ser trasladado a Basilea como capellán de estudiantes) la encontré por primera vez en 1940. Después de pocas horas de instrucción, casi innecesarias porque todo lo que se le decía lo asumía como algo evidente y esperado desde hace tiempo, Adrienne se convierte en la fiesta de Todos los Santos de ese año.
De inmediato, comenzaron a sucederse las visiones, al principio sobre todo de María e Ignacio. Poco después, en 1944, comenzaron también los dictados sobre el Evangelio según San Juan. Durante la noche recibía el contenido de un pasaje, durante el día lo dictaba, generalmente el dictado duraba una media hora diaria; en las vacaciones dictaba por un tiempo más prolongado, a veces trabajábamos en dos o incluso tres libros al mismo tiempo. Los dictados iban acompañados de experiencias de sufrimiento siempre más severas, más escarpadas, estados de total abandono de Dios (ella los llamaba «estar en el agujero») que tuvieron su punto culminante, inesperado para mí, en el Sábado Santo, cuya teología (tal vez por primera vez en la historia de la teología) Adrienne fue desarrollando año tras año con una asombrosa riqueza y precisión. En verdad, lo hizo de modo que el misterio del infierno, esa conclusión de la Pasión, siempre quedó protegido y salvaguardado como misterio.
Ya en los años 1942 y 1943 fueron mostrados los primeros esbozos de una comunidad [la Comunidad San Juan] que debíamos fundar juntos y que para los miembros debía consistir en una unión de profesión en el mundo y vida según los consejos evangélicos. Adrienne misma se comprometió a una vida consagrada. En 1947, la aparición de Provida Mater, la carta para los institutos seculares, realmente nos sorprendió a ambos, pues lo que se nos pedía tenía cabida en ella. Adrienne comenzó a invitar a jóvenes estudiantes y poco después la comunidad femenina comenzó a existir. La comunidad masculina hasta ahora no ha visto la luz, a pesar de mi empeño en los Ejercicios Espirituales para jóvenes; los mejores estudiantes entraron en órdenes religiosas, el más dotado de ellos [entró en la Compañía de Jesús, pero pronto] murió de tuberculosis en Leysin. Mi colaboración en esta tarea fue al principio tolerada por la Compañía, luego mayormente prohibida.
Adrienne, que fue quien más sufrió por la responsabilidad asumida, vio por adelantado mi salida. (Yo hablé dos veces con el padre general Janssens, el cual finalmente me aconsejó hacer los Ejercicios Espirituales bajo la dirección de mi compañero de estudios Donatien Mollat. Al final de los mismos, P. Mollat quedó convencido de la decisión. Yo salí de la Compañía en 1950 para quedar al servicio de san Ignacio. Ningún obispo quiso acogerme, hasta que, después de tres años, algunos amigos suizos dirigieron una solicitud al obispo de Coira, el cual me acogió en su diócesis bajo la condición de que no plantease ninguna exigencia financiera).
Desde 1953 hasta 1967, año de su muerte, la vida de Adrienne fue marcada por el aumento de las enfermedades. El trato con el cielo y sus santos era como una segunda existencia paralela a la de la tierra, interrumpida por las experiencias de abandono y acompañada por ejercicios de penitencia casi increíbles –que a ella le parecían ser lo requerido frente a la miseria del pecado del mundo que le era mostrada–, por «viajes» nocturnos en los que era puesta en algún lugar («una Iglesia vacía, creo que en el sur de Francia...»), la mayor parte de las veces con el fin de acompañar a penitentes en el confesionario o a sacerdotes indecisos. Cuanto más grandes eran las gracias concedidas, más exhorbitantes las exigencias. El tesoro de intuiciones teológicas acopiado en sus libros es tan precioso que de él se alimentarán muchas generaciones de su comunidad, pero también de toda la Iglesia; el gran número de traducciones (algunas casas editoriales ya ponen la obra de Adrienne en un lugar central de su programa editorial) testimonia la fecundidad viva en su obra. Sin embargo, el cansancio y la enfermedad crecientes (cardíaca, diabética, etc.) ocasionaron que los dictados se hicieran menos frecuentes (aun cuando se hubiera podido recibir de ella una cantidad mucho mayor de lo que ha dictado) y también obligaron a cerrar en 1954 su consultorio, que ella tanto amaba y donde atendió a tantos pobres; en verdad, con mucha frecuencia debía dar más consejos éticos, incluso «sacerdotales», que médicos.
Varias personalidades importantes visitaron su casa en Münsterplatz y permanecieron en contacto epistolar con ella. Aquí menciono solo a Reinhold Schneider, Albert Béguin, Romano Guardini, Gabriel Marcel, Erich Przywara, Carl Jabcob Burckhardt, Theodor Heuss, Cardinal Journet, padres dominicos (como P. de Menasce), jesuitas (como Pierre Ganne, Hugo Rahner, Henri de Lubac) y, naturalmente, profesores de la Universidad de Basilea. La permanente escasez de dinero hacía difícil el gobierno de la casa; la casa era demasiado grande, incómoda y sin calefacción central y debía ser gobernada sin estorbar a su marido en el trabajo científico, a pesar del continuo cambio de personal. Ella misma, sin que pudiera ser notado exteriormente, vivió en una gran pobreza.
Con el pasar de los años fue creciendo el silencio en torno a ella. El crecimiento progresivo de su ceguera también le impidió la lectura y el bordado que tanto amaba. Rezaba continuamente (mi propia acción quedó protegida de un modo visible en esa oración, también más allá de su muerte). Solo al ser consultada hablaba de su trato con los santos. Dormía en el piso superior y apenas podía levantarse de la cama, pero se empeñaba en bajar todos los días las difíciles escaleras: «Si abajo me está esperando la Madre o un ángel, no puedo simplemente quedarme arriba». Ella había deseado para sí una muerte dura que aliviara, por la gracia de la sustitución de Cristo, el peso de los demás, y así fue: un cáncer ginecológico de meses y meses, horrible, humillante. Los últimos días transcurrieron en una profunda oscuridad («Voy tanteando en la oscuridad a lo largo de las paredes, en ninguna parte hay una puerta...»), pero murió repitiendo todo el tiempo: «Gracias, gracias...».
Al final, el paisaje interior era tan solo el Gólgota. Nunca quiso saber nada de «grados de perfección» coronados con «uniones» platonizantes. En la tierra solo se puede crecer en el sí, en el sí del Hijo, en el sí de la Madre y en el de todos los que intentan repetirlo en sus vidas. En su libro Mística objetiva llegamos a saber que el contenido de las experiencias místicas solo puede ser, en realidad, la profundización de las verdades reunidas en el Credo y que esta profundización nunca dilata estas verdades marginalmente –extendiéndolas, a menudo, más allá de sus márgenes–, sino que las ilumina en su punto central y las vivifica en favor de la vida cristiana. En la obra paralela Mística subjetiva, los fenómenos místicos de la historia de la Iglesia encuentran su modelo en los fenómenos bíblicos: Moisés, los profetas, Job, las visiones apocalípticas de Pablo y Juan en el Nuevo Testamento. Adrienne tuvo la gracia de ver y de comentar las visiones del Apocalipsis de San Juan. Y también desaparece todo barniz neoplatónico con el que han sido recubiertos los raptos de San Pablo («Él percibió palabras indecibles que ningún hombre puede transmitir»: 2 Cor 12,4).
Por cierto, pueden existir manifestaciones y visiones que no sean para la mayoría, pero Dios siempre habla de modo comprensible; la mística cristiana no «balbucea», como tampoco lo hace la Sagrada Escritura. Al que es dócil a su mano, Dios le pone en el estado (psicológico) que es más adecuado para la transmisión. Muchas veces Adrienne ha dicho y mostrado cosas que hubieran sido alteradas por la relación personal, lo ha hecho en una especie de rapto en el que ella ya no conocía a su padre confesor, sino que era tan solo un «órgano de pura transmisión». A partir de su mística sería desacertado todo paralelismo entre la mística auténticamente cristiana y (por ejemplo) la mística del Extremo Oriente. La mística cristiana es encarnatoria; la no cristiana, des-encarnatoria.
El carisma profético de Adrienne manifiesta su fecundidad eclesial preponderantemente en sus comentarios a la Revelación bíblica. Estas obras deberían ser recibidas como lo primero y más importante. Páginas más personales de su mística son solo complementarias y, por tanto, secundarias: se harán accesibles al público más tarde, cuando lo esencial sea recibido. Pues nada es más opuesto al espíritu eclesial que la curiosidad y el placer de experimentar sensaciones.
Nota bibliográfica
- Albrecht, B., Eine Theologie des Katholischen. Einführung in das Werk Adriennes von Speyr, 1: Durchblick in Texten, 2: Darstellung, Einsiedeln, 1972/1973 [Una teología de lo católico. Introducción en la obra de Adrienne von Speyr, Vol. 1: Un perfil a través de una selección de textos, Vol. 2. Presentación sistemática]
- Balthasar, H.U. von, Una primera mirada a Adrienne von Speyr, Madrid, Ediciones San Juan, 2012 [Erster Blick auf Adrienne von Speyr, Einsiedeln, Johannes Verlag, 19753]
- –, Unser Auftrag. Bericht und Weisung, Freiburg i. Br., Johannes Verlag Einsiedeln, 20042 [Nuestra tarea]
- Speyr, A. von, La confesión, Madrid, Ediciones San Juan, 2016
- –, Das Wort und die Mystik, 1: Subjektive Mystik, 2: Objektive Mystik, Einsiedeln, Johannes Verlag, 1980 [La Palabra y la Mística, Vol.1: Mística subjetiva, Vol. 2: Mística objetiva]
Hans Urs von Balthasar
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Adrienne von Speyr (1902-1967)
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